Hace ya casi mes y medio que
concluyó nuestro último Capítulo General. Si tuviera que definir en una palabra
la experiencia vivida a lo largo de él, lo haría utilizando la de “gracia”,
“don”, “regalo”.
Sí, eso es lo que sigue
resonando en mi después de los días pasados desde que terminó nuestro encuentro
capitular. Fueron días de gozar la presencia del Espíritu, que se hizo patente
en la actitud y apertura de todas y todos.
Fue un momento en el que creo
que pudimos gustar, palpar la fraternidad, la disponibilidad, ¡tantos gestos de
vida! Fue un espacio de gracia, en el que todas y todos posibilitamos y
propiciamos, de manera sencilla y desde la propia realidad, reflexión,
discernimiento, diálogo, escucha atenta y transformadora. Y estoy convencida
que fue esta actitud, esta postura la que hizo posible a lo largo de la celebración
de la asamblea capitular, mucho consenso, mucha adhesión a lo mejor, a lo más
evangélico, olvidando nuestros propios intereses.
Y, sobre todo, pude reafirmar
una vez más la riqueza que supone el “otro”, la “hermana”, en mi vida cuando sé
mirarla como alguien que, compañera de camino hacia el mismo puerto, comparte y
expresa sus búsquedas, que en parte son también las mías. Sentí el gran regalo
que supone compartir con hermanas de otros países, con puntos de vista
diferentes, pero que nos sentimos y vivimos unidas en lo esencial, en el deseo
de vivir al servicio del Reino desde el carisma calasancio. Experimenté que ese
compartir, ese encuentro fraterno ampliaba, aclaraba e iluminaba mi mirada a la
realidad.
Expresé más de una vez, como
capitular, que el corazón se me ensanchaba. Estoy convencida que el Señor, a
través de la inquietud, la vitalidad de mis hermanas, a través de sus sueños,
sus anhelos de fidelidad creativa al carisma, ensanchó mi corazón y me llenó de
deseos renovados de seguir a su servicio, desde las tareas que Él quiera.
La presencia de nuestros
hermanos laicos, su sencillez, su humildad, su sentido fraterno, su actitud de
servicio, su amor por lo calasancio, fue otro de los grandes regalos que el Señor nos hizo en esos días. De
ellos aprendí mucho; fueron grandes maestros para mi.
Fue un tiempo de anhelos y
proyectos compartidos en torno a una vida más evangélica, que se convierten
para mí en retos y desafíos en mi vida cotidiana.
Buscar juntos nuevos caminos...
Pasado ya un
mes de la participación, por primera vez,
de los laicos en un Capítulo General de la congregación deseo expresar
los recuerdos, sensaciones y alegría que me produce haber sido parte de este
acontecimiento sumamente significativo.
Desde nuestra
llegada a Dorrón, el día 16 de julio, me sentí, como seguramente les pasó a los
otros laicos, plenamente en familia, aún con aquellas religiosas a las que no
conocía o no me conocían. La espontanea alegría y familiaridad con que me
recibieron me anticipaba que serían días de mucha fraternidad y espíritu bien
calasancio: la fiesta de encontrarnos en comunidad. Y efectivamente fue
así, a cada rato, a cada momento, todo
el tiempo.
Los tres días
intensos de trabajo y el cuarto de recorrido por los caminos de Faustino me
permitieron descubrir a una congregación bien viva, bien despierta para leer
los signos de los tiempos y bien entusiasta para innovar (hacer nuevo) todo
aquello que Dios, el mundo y la Iglesia espera de ella. Me pareció ver en cada
exposición, en cada intercambio, en cada debate, en cada análisis al beato
Faustino escudriñando en la realidad de su tiempo para responder mejor a la
necesidad de aquellos que Dios le puso a él y pone en nuestro camino. Así viví
la riqueza de buscar juntos nuevos caminos de participación laical y nuevas
formas de responder a los desafíos de una educación que eleve al hombre al
encuentro con el Creador.
No fue
casualidad que termináramos el encuentro con el gesto del servicio, durante la
cena del lunes 20 de julio. Fue el signo que anticipaba lo que debemos ser cada día, desde el lugar que ocupemos en
el entramado evangélico al que Dios nos ha invitado. El nos llevó hasta Dorrón,
El sabe por qué, El sabe para qué. El nos reunió, bajo el manto de la Divina
Pastora y unidos por el carisma legado por el fundador para hacer “nuevas todas
las cosas” como instrumentos dóciles en sus manos.
Agradezco a
Dios haber sido parte del Capítulo, agradezco a quienes me han invitado,
agradezco a todas las religiosas por el clima de fraternidad, amistad,
encuentro y comprensión que sentí y viví. Agradezco porque percibí claramente
la presencia del Espíritu Santo en esos días.
Saludo con entusiasmo
renovado al nuevo Gobierno General y despido con corazón agradecido a quienes
formaron parte del gobierno anterior. Que confiados en Dios, dejemos que Él
siga obrando, porque seguramente «para mejor será».
Juan Carlos López Olmedo
Inst. Cal. Divina Pastora- Buenos Aires Más allá del Capítulo...
Así como el Concilio
Vaticano II exhorta al laico a tomar conciencia de su lugar y tarea ineludible al
interior de la Iglesia, para la construcción del Reino de Dios, de la misma
manera el Capitulo General abrió sus puertas al laico para que, juntos, sin
protagonismos de unos sobre otros, pudiéramos, simplemente como hermanos e
hijos de un mismo Padre, reflexionar y compartir, en un dialogo sincero y
paciente, en cómo seguir caminando y viviendo la misma misión carismática.
Fueron unos cuantos
días en donde nos reconocimos como miembros de un grupo humano que vive y forma
parte de una misma misión. Familiarizados en el amor por lo calasancio,
descubrimos con gozo y respeto las tareas
particulares de cada vocación, atendiendo a la profunda transformación de que
todos somos únicos, todos necesarios, todos valiosos, todos uno.
De la misma manera en
que se narra en los Hechos de los Apóstoles (Hch 4, 32) de las primeras
comunidades cristinas, en el Capítulo General se hacía sentir un solo corazón
y un alma, donde no parecía que existieran verdades particulares, sino puntos
de encuentros en búsqueda de una sola verdad; donde no se trataba de simples opiniones
o razonamientos… sino de buscar cómo seguir respondiendo a la única verdad: a
Cristo, siendo fieles al carisma y a su espíritu, para que este siga dando
riqueza a la Iglesia. Y así todos, religiosas y laicos, como calasancios
podamos gritar con la vida ¡qué bien estamos aquí! (Mt 17, 4b).
Hoy, a casi un mes de
esta gran experiencia, sólo puedo decir: GRACIAS…
Gracias a Dios
Gracias a la
Congregación
Gracias a todos y a
cada uno de los Capitulares.
Rosanna Silva Panes (Chile)
Es tiempo...
Como los de Emaús…suelo ir haciéndome preguntas por el camino… yo
esperaba que las cosas fueran así, o tal vez así. Por el camino suelo ir a prisa con semblante de huida
y anhelos profundos de búsqueda y encuentro… Así llegué a Dorrón, luego de un largo viaje sobre el mar.
El temor por la novedad, la alegría al ver rostros conocidos, la
acogida a través del abrazo entrañable y el aire de comunión, me disponían para
vivir este tiempo como tiempo de gracia en donde el Señor me salió al encuentro… y
me volvió a explicar su historia de
salvación. Desde el encuentro con su palabra, me recordó que lo importante en este
último tiempo de camino era el encuentro para escucharle y acogerme mi historia.
Dorrón, tiempo para pararme y escuchar por el camino la manera en
cómo las hermanas entregan su vida, desde las labores cotidianas, las direcciones, el paso por las aulas de
clase y los acompañamientos a las hermanas; un tiempo para ver que la vida
iniciada por el padre Faustino sigue latente… y que nos queda mucho por recorrer
y construir.
Como los de Emaús, me regreso sintiendo que algo
ardió en mi corazón, cuando estaba con mis hermanas compartiendo la mesa, la
fiesta y el trabajo… De regreso se me pide que vaya a Galilea, al lugar del
trabajo donde los pobres consiguen el
sustento para vivir, lugar donde lo
sencillo es motivo de fiesta… Allí le veremos. Es tiempo para el encuentro con
mi comunidad, mi historia y mi misión… Como los de Emaús le reconocí al partir
el pan Calasancio, el pan de la entrega.
Catalina Gutiérrez
Volvemos de una experiencia de hermanas en búsqueda, signo de la presencia del Señor entre nosotras.
El
buen ambiente en general, los pequeños gestos de servicio y delicadeza que se
veían a diario por cualquier sitio -pasillo, comedor, sala, lavadero, paseo…-,
las miradas acogedoras, las sonrisas amables, el compartir con los laicos, las preguntas por las hermanas que quedaron
en las comunidades y a las que nos une el cariño, la alegría de saber algo más
sobre aquellas de las que quizás solo conocemos el nombre, los deseos de hacer
partícipes a las demás de aquello que estamos viviendo allí donde cada una de
nosotras se entrega cada día … todo ello ha ido fortaleciendo lazos.
La
diversidad de edades y de países -significativamente mayor que en otros capítulos-,
de sensibilidades y acentos, reflejaban no solo la variedad de entonación y
vocabulario, sino, sobre todo, las
diferentes inquietudes y deseos que anidaban en nuestro interior, las múltiples
experiencias que están en la base de aquello que expresamos y todo lo que cada
una traíamos en nuestro corazón desde nuestras comunidades y desde los lugares
donde estamos en misión
Y,
sin embargo, en los diálogos en comisiones o en la asamblea parecía que había
una apertura sincera para acoger las
aportaciones de las demás, una certeza profunda de que el camino del carisma
solo lo podemos recorrer juntas. Algo tan simple y sencillo que es fácilmente
trasladable a cualquier lugar.
Hoy
acudo al Señor -sin Él nada podemos- llena de confianza, porque Él va conduciendo
nuestra historia desde un admirable respeto a nuestra libertad, pero en su amor
y fidelidad no abandona la obra de sus manos. Hoy acudo a cada una de las
hermanas, las que hemos estado en Dorrón
y las que nos han acompañado desde cualquier lugar -de cada una de nosotras
depende el futuro- llena de confianza en el grano de arena que cada una podemos
aportar para que lo que Dios quiere de nosotras sea posible.
Marivi
de la Torre
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