En el día de ayer, 10 de julio, iniciábamos el XXII Capítulo General del Instituto. Y lo hacíamos con la Eucaristía presidida por D. Julián Barrio Barrio, arzobispo de la Archidiócesis de Santiago de Compostela, a la que pertenece nuestra Casa de Espiritualidad Santa Mª do Mar.
Las palabras que nos dedicó en la homilía merecen la pena ser compartidas con todas las hermanas y con todos los laicos que hoy construimos desde la sencillez y la esperanza el Instituto Calasancio.
HOMILÍA
A LAS RR CALASANCIAS
¡Gracias
por haber querido celebrar este Capítulo General en esta Iglesia Compostelana. Nos
sentimos enriquecidos espiritualmente con vuestra presencia.
Iniciáis
hoy vuestro XXII Capítulo General bajo el lema: “El rostro evangélico de la
vida calasancia”. Un acontecimiento de gracia a través del cual queréis hacer
una lectura sobre el momento actual desde la fe, desde el compromiso con
vuestro carisma y desde la fidelidad creativa, siguiendo las huellas del Beato
Faustino Míguez quien al fundar vuestro Instituto decía que el objetivo "es buscar almas y
encaminarlas a Dios por todos los medios que estén al alcance de la
caridad".
“En
cada uno se manifiesta el Espíritu con sus dones para el bien común”. Son dones
sobrenaturales aunque vistos desde nuestra condición natural parezcan
insignificantes: Es un don hablar con sabiduría y con inteligencia, es un don
la fe como lo es el de curar, el de hacer milagros y el de profetizar o
discernir los buenos y malos espíritus, sabiendo que el Espíritu obra todo en
todos. Estos dones tienen la fuerza espiritual que puede mover grandes pesos en
el corazón de las personas. En la parábola de la vid hay una maravillosa
certeza: que estamos enraizados en algo que nos da estabilidad y fuerza, y que
no somos seres aislados sin más apoyo que nuestro problemático yo, sino que
estamos vinculados a un origen que nos da fuerza y produce fruto en virtud del
cual podemos vivir una existencia llena de sentido. “Permaneced en mí y yo en
vosotros”, dice el Señor, si no queremos secarnos, que se nos corte y se nos queme. Dios Padre procura la unidad del
Hijo con sus miembros. No hay medias tintas: o el sarmiento está unido a la vid
o separado de ella, recordando que sin Cristo no podemos hacer nada.
Esto
exige vivir una espiritualidad de comunión que es la mirada del corazón hacia
el Dios Trinitario reflejado en cada persona, creada a imagen y semejanza de
Dios; que es capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del
cuerpo místico de Cristo: “Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos
miembros y todos los miembros del cuerpo, aunque sean muchos, no obstante son
un solo cuerpo; así también Cristo”: el otro me pertenece para saber compartir
con él las alegrías y los sufrimientos, para intuir lo que necesita, para
ofrecerle cercanía y amistad, para ver lo que hay de positivo en él,
acogiéndolo y valorándolo como don y regalo de Dios: “Hay diversidad de dones
pero uno mismo es Dios que obra todo en todos”. Hemos de dar espacio a los
otros, llevar mutuamente la carga de los demás y rechazar las tentaciones
egoístas que continuamente nos acechan generando en nosotros envidias y
desconfianzas que no contemplan el ejercicio de la autoridad como servicio. Un Capítulo
es comunión pues sin ésta se convertiría en un medio sin alma. Estad pendientes
las unas de las otras porque en cada una alienta el espíritu de Dios.
La clave para interpretar la sinfonía de este Capítulo es
el espíritu de las Bienaventuranzas. Vuestro testimonio de consagradas nos
indica que el mundo no puede ser trasformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu
de las Bienaventuranzas. Vuestra referencia al mundo es siempre realizar una
misión evangelizadora, hacer presente a Jesús y llamar a los hombres a la
conversión y a la fe. “Los religiosos decía el Beato Pablo VI, tienen en su
vida consagrada un medio privilegiado de evangelización eficaz. A través de su
ser más íntimo, se sitúan dentro del dinamismo de la Iglesia, sedienta de lo
Absoluto de Dios, llamada a la santidad. Es de esa santidad de la que ellos dan
testimonio. Ellos encarnan a la Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de
las Bienaventuranzas. Ellos son de por vida signo de total disponibilidad para
con Dios, la Iglesia, los hermanos” (EN 69).
El espíritu de las Bienaventuranzas nos conforma con el
alma misionera de Jesús, entrando en la honda experiencia de Dios; nos hace
sentirnos felices haciendo felices a los demás, y siendo conscientes de que la
verdadera felicidad reside en la cruz salvadora de Cristo; y nos ayuda a tener
los sentimientos del alma misericordiosa de Jesús para mirar a los demás con
ojos sinceros en el camino de la vida. Todo esto no se percibe si no hay una
experiencia de oración que nos ayude a penetrar la misión redentora de Cristo y
la actividad incesantemente recreadora y santificadora del Espíritu Santo; si
no descubrimos el Misterio de la Iglesia, sacramento universal de Salvación y
si no formamos comunidades auténticas, caracterizadas por la alegría y
sencillez de la caridad fraterna, y por una experiencia de la presencia de
Cristo Resucitado.
El
Capítulo no queda reducido al ámbito de vuestra Congregación. Interesa a la
Iglesia y al mundo. Es una honda manifestación de Dios en su Iglesia. Es una
página de esperanza. Debéis escribir este Capítulo no “con tinta sino con el
Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en el
corazón”. Esto os pide estar atentas en escucha fiel a la Palabra de Dios, en
obediencia al Espíritu y en prontitud para la conversión. Mirad al pasado con
agradecimiento, vivid el presente con alegría y mirad al futuro con confianza,
pues está en manos de Dios y son buenas manos que nos acogen siempre.
Encomiendo vuestras inquietudes al patrocinio de san José de Calasanz, del Beato Faustino Míguez y del apóstol Santiago. Que María, la Divina Pastora, Madre de gracia y misericordia, os ayude a conservar las palabras de Cristo en vuestro corazón. Amén.
Encomiendo vuestras inquietudes al patrocinio de san José de Calasanz, del Beato Faustino Míguez y del apóstol Santiago. Que María, la Divina Pastora, Madre de gracia y misericordia, os ayude a conservar las palabras de Cristo en vuestro corazón. Amén.
(Mons. D. Julián Barrio Barrio)
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